El jardín estaba lleno, así se lo veía al jardín en cristales. Cristales y sapos obstruyéndolo todo. Piedras como sapos o sapos en las piedras. Pero estaba lleno de pequeños vacíos. Los pequeños que corrían entre los sapos y los cristales, tan pequeños y vacíos de todo. La nada siempre efímera derramando sangre en las piedras y en los sapos. Y no se qué estoy escribiendo, pero dicen que la sangre simboliza el deseo sexual, y eso es verdad. No se sube a las escaleras sin saber qué decir o que buscar desde la altura; vacíos y pequeños, no encuentran lo lleno. Pequeños vacíos entre los dientes de tu boca que derrama sangre, como la nada siempre efímera, como escalones tus dientes, o como las teclas de un piano negro de cola. Entonces dame un grito que por fin refleje todo en los cristales, todo lo refleje, porque no lo puedo ver. Y los sapos, los sapos que quedaron en mitades no saben cómo abrirse sin sangrar, sin sexo, sin verdad. Y los sapos, los sapos que quedaron en mitades no saben cómo abrirse sin sangrar, y siguen latiendo, aún después de muertos, tal vez muertos en vida, buscando u ocultando otra mitad. El jardín estaba lleno, y no importaba que la luz no supiera cómo tocar, ni por qué tantos cómo se prostituyen en el texto. Cómo: los sapos, los sapos coma, usted coma los sapos para averiguar cómo vomitan palabras de croar y se revuelcan sin cuerpo en un jardín vacío dentro de un jardín que estaba lleno antes, desde antes, hacía mucho tiempo que el jardín estaba lleno, esperando, aguardando el tema preferido de los sapos y la lluvia. Y bailan sin ritual empapados de aquellos cristales que nombramos, que en algún momento nombramos. Y hacia dónde vamos, llevando a los sapos, subiendo la escalera o volviendo a caer, hasta sangrar en pequeñas cajitas que guardan la luz que nunca tocó, la canción que se llovía desesperadamente en el jardín lleno de cristal, sólo llovía en el jardín de cristal. Los hombres ven el sol, aman al Sol, aman a El Sol, se refriegan sólo Sol, solos muy solos. Como las flores crecen al Sol, creen al Sol, ven el Sol, bailan alrededor del Sol, y todos están contentos, pero llueve en el jardín, adentro, lleno. Una vez me dijeron que al entrar al mundo de los sapos, ya no se puede salir. Yo no puedo salir, Alicia nos mintió y nunca volvió; el té y los juegos y el té se lamentan y sangran, sangran hasta esperar al Gran sapo y al Dios Sol que darán de beber, la sangre que sangran como la nada siempre efímera. Perdón por repetir, y repetir, pero es que la salida está en otro yo, en otro sapo, en otra Alicia que bailan y bailan en una danza desesperada al fuego del Sol; sin ritual, sin verdad, y sin sexo. Pero no importa su alegría, sólo llueve en el gran jardín. Entonces dame un grito que refleje la lluvia del jardín lleno, dame un grito que refleje la danza alrededor del Sol, dame un grito que se meta entre los dedos y las uñas de los pies y nos haga bailar, por los sapos los otros en un solo sapo de panza al Sol y los pianistas con sus colas negras; pero por favor dame un grito que no refleje, una voz en el aire como cristales rotos, un pedido que sangra sin voz en una lluvia que grita y grita. Por la lluvia, todo mojado en el jardín, en el jardín lleno de la música de los pianos y los pianistas, donde se posan los sapos, esperando que deje de salir el Sol que se devora las plantas sin piedad, y sin siquiera la violencia que amerita matar o vivir, ocultando otro yo. Esa es la gran cuestión?
El té ya no juega con la esperanza, y al Sol las panzas que murieron en los bailes de pastos, llamas, pastos, de quemaduras internas. El jardín lleno, visto desde cajitas de cristal donde se esconde la luz, en el jardín lleno llueve y nunca sale el Sol.
Atreverse a recorrer es para vacíos, que no guardan sapos en los bolsillos que no le hacen espuma al Sol, atreverse a entrar es no salir jamás: Detrás de las puertas de piedra vacíos, pequeños vacíos de Sol a llenar, con sapos o no, el cristal que falta del jardín que sobra, y no le den las sobras al Gran sapo que vomita flores ultrajadas, gastadas hasta la lástima, hundidas en la lluvia, hundido el suelo y el descenso, hundido el sueño en el rocío en el pétalo del vientre que se desgarra a mordiscones la poca piel, el poco agujero sin Sol. Entonces las rondas de sapos, los gritos, las llamas y el pasto, siempre vacíos, pero el jardín estaba lleno y llovía.