martes, 13 de octubre de 2009

Experimento 2

Le dije que no comprara peces, no duran mucho tiempo en las peceras. Se muere uno, y se mueren todos!. Después soy yo la que limpia los cuerpitos, la que tiene que sacarle los ojitos y besarle las bocas. Después soy yo la que... Soy yo, esa, la tonta que mira el agua con plantitas de plástico verde hipócrita, como todo lo que compra él.
Estaba por gritarle las mil y una noches, cuando que quedaba un último pez vivo. Y ya no podía decirle que todos se morían, y lo estúpida que me siento, y... enfin... mi argumento se desmoronó por culpa del pez, y su nadar tranquilo.
Estaba por agarrarlo y hacer de su existencia una mera ilusión óptica, estaba por tomarlo cuando el clavó sus ojos fijos en el pez. Entonces tenía que sonreirle y decirle gracias, besarle las manos con olor a vereda, y sentir todo el asfalto en mi pecho azul.
"-Y vos decías que no comprara ninguno, que se mueren y qué se yo....mirá! éste sí que sabe como vivir". Eso me decía, mientras con una mano derramaba comidita blanca, para que el pez vaya en su busca, más animal que hambriento; con su otra mano acariciaba mi cabeza, apretando un poco mas fuerte cada vez que el pez le sonreía; lo ponía loco ese agujerito negro en el que apenas cabían dientes.
Después de que comieran los dos: nieve blanca por un lado, arena roja por el otro, dormían levemente sin acordarse de su existencia siquiera. Yo tenía tiempo de agarrarlo dormido, de clavarle mi mano como se clava la palabra venganza dentro de un cuerpo: hundimiento violáceo de fuerzas salvajes, besos que mordisquean la piedad. Comprendí entonces que nada podía interceder en mi acto, era mio por el derecho que paga la mente después de encarcelarse a un deseo, comprendí que casi no habría sangre alguna, y que el pez tendría de comer para una semana... y satisfecho me abriría su boca, para tragarme entera como nadie supo jamás.

lunes, 5 de octubre de 2009

Cuarto oscuro

La fiesta de los bostezos recién empezaba, y tenías olor a lluvia en todo el cuerpo. Actuaste de todas las maneras imposibles, con plumas rojas, con antifaces de brillantina, y hasta con tu propio rostro.
Aún sabiendo lo que significa entrar por una puerta y habitar toda una sala, desconocías la cantidad de ventanas que elevaron sus persianas, en el mismo instante en que tu fuerza se acomodaba en un sillón.
Empezaste a servirte de nieblas efervescentes, y el espíritu te sonreía con todos los dientes hasta abrirte en la cara un ojo mas; ojo que no se podía comer, ni invitar a bailar.
De tu sombra se ocuparon las polillas: fueron pájaros silvestres, montañas altas, la belleza mágica revelándole sus trucos... Mirá todo lo que hicieron por tu sombra!, simularon un cielo abierto mientras vos, reunías las contradicciones de tu alma para encontrar una única verdad. Cierto es que lo único suele multiplicarse, abrirse como una mujer en el abrazo de un hombre, y fragmentarse hasta inundar de papel picado toda la fiesta.
Pero vos olías a lluvia, y aún todo empezaba y volvía a empezar. El reloj se había embriagado de intervalos, y ofrecía en bandeja todas las horas, todos los minutos (y vos contando los segundos para reír!). Recién prendían las luces de colores, y podía verse guirnaldas amarillas en todo el salón, el simulacro de un barco fantasma seduciendo a la mar.
Lo cotidiano del beso en la mano te atemorizaba tanto como la caída de una pestaña, no podías entender la unión casi física, casi espiritual, de un cuerpo y un pedazo de alma. La pequeña se acomodó cerca tuyo, la pobre te tragó todo el aire; vos intentabas leerle todo el vestido, pero te invadías de ausencia al llegar a su rodilla. La pequeña arrugó su cara en 20 medias sonrisas, mientras tu enmudecimiento la desvestía un poco: boca-hombros-pies.
La fiesta empezó a desintegrarse en pequeñas partículas de polvo: ustedes hechos bestias, escarabajos, alienes: vos mujer, ella hombre, más que humanos y seres, en ustedes se mezcló todo, como en el dulce apocalipsis de los sueños.
La señora abrió la puerta, y se dispuso a limpiar con la ayuda de la escoba y perversión de las manos: todo el después volcaba espuma, y flotaban vasos a medio llenar.
-¡Señor si no sale de la cama no puedo cambiar las sábanas!
-pero la pequeña, la pequeña está durmiendo.
-No hay nadie aquí señor, debió de haberse ido como todos los invitados.
Y en un gesto de sorpresa siniestra, exclama:
-¡Oh, he tragado a la pequeña!. Febril locura de creerse uno con tan solo dos...!, deseo caníbal de querer apoderarse del amor en todas sus formas!

#MIRACÓMONOSPONEMOS

Mirá cómo nos ponemos me pongo la voz entera no dejo que quiebren mi testimonio Me pongo las uñas y los dientes me pongo el dolor que tr...