Haroldo fumó su primer
cigarrillo del día, aunque para entonces ya eran las siete de la tarde. El día
no se había dejado percibir: fiel escurridizo ante los ojos del observador.
Encendió la radio para llenar su
cabeza de voces desconocidas, que poco a poco lo tranquilizarían llevándolo al
mundo de lo cotidiano. Entonces, sería más fácil hablar con sus vecinos,
saludar fríamente dando bienvenidas como espasmos al centro de uno mismo.
Ya recién por las diez de la
noche había perdido una apuesta con su teléfono, y tuvo que resignarse a llamar
a Reina: tragar una a una las palabras mojadas y sangrientas… escupir la bronca
atravesada en cada letra mal pronunciada por ella.
Él conocía mucho ese ritual. El
llanto de Reina no podría durar más que unos veinte minutos y luego se dejaría
acariciar por frases preciosas, pero estropeadas. Él le diría algo del cielo y
de sus ojos, de las sábanas que recuerdan su esqueleto y su danza. Ella reiría
sexualmente, se dejaría cerrar los ojos y bajar las medias.
Haroldo prendería su noveno
cigarrillo, hundido en un sillón de terciopelo, mientras la pava hierve, el
helecho muere y el teléfono jadea.
Estoy mas torpe que haroldo, menos diestra que marta, mas idiota que maria... Haciendo papelones que dsp te cuento como si fuera la hna menor de alguien... Me encantan los nuevos enfoques. Viste que todo bien con el cambio?
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