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Kees Van Dongen |
Una vez hasta me vestí de otra persona, para olvidarme de mi misma y peor aún: hacer que los otros se olvidaran de mi. Resultó que con el gran sombrero y los zapatos gamuzados me confundieron con todas las tías posibles, y así pasé de un Marta a un Susana sin sentido. ¡Estupidez idólatra de creer en los otros! la presencia sólo es percibible por mi misma. Jamás nadie ha pronunciado como yo mi nombre, ni ha tocado como yo mi herida de mujer.
No podría jamás olvidarme de mis ojos. Los he lavado tanto, que los siento cada vez más hundidos en las tierras de mi cara. Por eso llegué a la conclusión de que el exilio sólo sirve en tanto escenario montado: esperando el aplauso de la gente que ríe con no verte.