Revisó la idea de cambiar de cama por segunda vez. El colchón sucio y gastado pudriendo las maderas de las cuatro patas, carcomiendo los huesos y la carne, saboreando el desgaste de una cama de 1 plaza y media.
Y pensó también, en los 4, 5 habitantes que había tenido su nido; de cuantos vomitaron fuego sobre el colchón sin sábanas, de los que habían besado su almohada para luego empujarlas a un vacío inmortal.
Ahora tendría que matarla. Abrirla en pedacitos, vaciarla de sentido. Tendría que romperle el cuerpo, hasta su piel. Cambiar de cama como cambiar de mundo y nombre. Esconder las pruebas y limpiar la sangre; tirarla al río más discreto y estafador del planeta.
Luego volvería alterada, temblando del poder que le confiere haber podido. Regresaría al piso que tuvo tantas sombras, a la incomodidad de los lujos culturales, a juntar paja por paja, de nuevo, todo el mundo, otra vez.